¡En esta esquina…!
Valores dominantes y decisiones políticas.
Por: Manuel Salazar
En los análisis de
coyuntura que hacemos en la izquierda y el movimiento
progresista dominicano, no acostumbramos
incluir el estado de situación de los valores y del perfil psicológico dominantes en la sociedad, para definir la correlación de fuerzas y
establecer tácticas y líneas políticas. Por
lo general nos quedamos en los problemas de la economía, del gobierno y los
partidos que dominan el Estado. Como si no
existiera una correlación entre todos esos componentes.
Por algo
Carlos Marx y Federico Engels analizaron la sociedad de manera total, integral,
y le dedicaron a los valores tanta atención en el Manifiesto Comunista y en la
Ideología alemana, destacando que “los valores dominantes en una sociedad son
los de las clases dominantes”.
Ese déficit es muy
a
pesar de que con frecuencia se escucha que “en
la sociedad dominicana hay una pérdida de valores”.
Es que, en un
momento de crisis en la economía mundial, se impuso el neoliberalismo para argumentar
las políticas del capital y localizar nuevas áreas de mercado. La privatización de lo público y la
liberalización de mercados se constituirían en las coordenadas fundamentales.
En nuestro país se
impuso, pero ya antes había iniciado un proceso de destrucción del área
productiva para establecer como principal una de servicios en la economía. Se
inició la derrota de la sociedad organizada en torno al trabajo; derrota que
toma cuerpo de vez en vez con
sus correspondientes antivalores.
El resultado ha
sido un incremento de la pobreza con sus implicaciones sociales y espirituales;
la migración masiva del campo a las ciudades; la marginalidad; la pervivencia de los bajos salarios y el auge de la informalidad.
Sumergido en la pobreza, gran parte
del pueblo asume antivalores como el “sálvese quien pueda y como pueda” y conclusiones como las que “todos los políticos son iguales”, “este país se jodío”, que reflejan
un estado de derrota colectiva.
Atrapada también
por los antivalores del consumismo, las
mayorías aspiran a conseguir cosas, y es aquí cuando aparece la delincuencia como
necesidad; pero también la posibilidad de hacer
negocio con lo que sea, hasta con la conciencia. El clientelismo de los
partidos mayoritarios se nutre de esta realidad. La informalidad tiene su
impronta en el plano político. El chiripeo político se ha instalado en un
mercado de conciencia que funciona con arreglo a las leyes de la oferta y la
demanda; se hacen partidos y movimientos para venderlos, a veces a la flor.
Súmese a esto la cadena de derrotas históricas
durante más de 500 años desde que llegó Colón; las tragedias colectivas
provocadas por terremotos y huracanes; las dictaduras; el golpe de Estado al
profesor Juan Bosch; las intervenciones militares norteamericanas (1916 y
1965); la conversión en conservadores de partidos y líderes que se ofertaron
como progresistas, con sus correspondientes políticas antinacionales y
antipopulares una vez fueron gobierno; la pérdida a destiempo de líderes como
Manolo, Caamaño, Minerva, el Moreno y otros; la imposición de la corrupción y
la impunidad como algo normal en la vida del país; y en esa suma se podría entender el perfil psicológico de
sensación de derrota histórica en gran parte de los dominicanos y dominicanas.
Pero, hay que ser
optimistas y objetivos; no hay que considerar que todo se ha perdido. Quedan todavía
reservas suficientes para cambiar ese rumbo. La cuestión es ubicar el
aspecto principal de la contradicción en la coyuntura; parar el mal derrotero, y hacer lo
que pueda poner esas reservas de cambio en mejores condiciones para procesos
ulteriores.
Las del 2016 serán
unas elecciones especiales, porque podrían resultar en una afirmación del
proyecto de partido único y con esto impactar en la consolidación de la
sensación de derrota histórica. Por eso
hay que procurar el cambio posible ahora.
Este es un hecho
principal que nos lleva a la conclusión política de que hay que proponerse un
pacto de Convergencia con elementos programáticos que señalen ese cambio; lo
contrario sería el continuismo. Esa es
la disyuntiva que señala el imperio de subvalores y antivalores en la vida
nacional.
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