¡En esta esquina…!
El desafío de
lo alternativo: temas para una transición (3).
Por: Manuel Salazar
“… la igualdad de los derechos frente al mercado no basta para asegurar
la igualdad de los derechos a secas…”. Thomas
Piketty; El capital en el siglo XXI.
Más sobre cuál desarrollo. Lo público, componente vital del desarrollo y
la democracia. En este momento parece una herejía defender lo público.
Porque la privatización se ha impuesto a nivel de las ideas y valores. Pero,
soy de izquierda, y me es de principios defender lo público, sobre todo cuando
los argumentos contrarios son débiles.
Uno de los más
socorridos contra la viabilidad de lo público y sus empresas, es que malgastan
dinero del presupuesto; a lo que aporto una respuesta inmediata: al 14 de febrero del
2014 los gobiernos del PLD habían dedicado casi 60 mil millones de pesos
en programas de caridad pública, y el único resultado destacable es que
mantienen cautiva una nómina de clientelas electorales. Porque es
nulo el impacto en materia de alivio a la pobreza, y en una perspectiva
humanista no compensa de ninguna manera el agravio a la dignidad que es comprar
la miseria de un ser humano a cambio de su
voto.
Se podría
evaluar a la luz del Multiplicador económico de Keynes cuál sería el efecto en
empleos directos e indirectos de una inversión de esos 60 mil millones en
empresas productoras de bienes y servicios.
Porque convertir
en trabajador o trabajadora asalariados a una masa que hoy está atrapada en la política de caridad pública, es un acto de
liberación espiritual, profundamente humanista y esto en si mismo es un tema
del desarrollo.
Además, un
sector público renovado, podría ser clave para la democratización de la
propiedad económica y la democracia en general; toda vez que hay una relación
directa entre la concentración de la propiedad económica y la centralización del
poder político. También contribuiría a revalorizar el salario en tanto
disminuye el desempleo, y a potenciar el mercado interno.
Hablamos de
empresa pública renovada, y es preciso señalar al respecto que una de las
grandes distorsiones en el proceso social e histórico de América Latina es la
confusión entre Gobierno y Estado, y como derivación de esta, el dominio sobre
los recursos públicos del partido que ostenta el gobierno, y así las empresas
públicas devinieron en botín del ganador
de cada elección, con nóminas supernumerarias e ineficientes, por lo que
contribuyeron a armar el discurso privatizador.
“El estado es
mal administrador”, se dice. Pero es falso; porque el estado no administra
nada; quien administra es el gobierno. Por tanto, hay que
sacar el tema de este corolario falso. Además,
cuando se habla del estado debe concebirse primariamente al pueblo que según la
Constitución “constituye una Nación organizada
en Estado libre e independiente”. El punto de partida es el pueblo.
Por tanto, lo
público, y en este caso la empresa pública, debería ser referida, primaria y
principalmente, al pueblo y al control social de este sobre aquella. Habilitar instituciones y sus correspondientes
formas organizativas para que el pueblo controle lo público es un sesgo de los
regímenes que se definen modernos. Entre esas habilitaciones habría que incluir
el lugar del municipio y
desarrollo locales, dimensión en la que ese control podría ser más efectivo,
como sugeriría el patricio Juan Pablo Duarte en su proyecto de Constitución.
Habilitar
lo público es dar lugar al desmonte del estado centralista que ha prevalecido
en la República Dominicana, conectado por esencia con la concentración de la
propiedad económica y con patrones de crecimiento económico, jamás de
desarrollo. Por eso, obedeciendo solo a
la lógica de la rentabilidad del capital, localiza los principales montos de la
inversión en puntos del país, mientras se dejan otros en el abandono. La
pobreza que se dijo sería superada con la privatización, está por doquier. El
57 % del empleo es informal; casi 70% de los nuevos empleos son informales, y
se ha dicho durante años que los bajos salarios son una condición para la
competitividad de la economía impuesta.
De
tal manera, la herejía
es que la privatización haya dejado a las mayorías
populares en la más completa indefensión: el
Estado no resuelve sus problemas, ni el mercado tampoco.
Terminaré
en la próxima entrega tratando de responder a la pregunta Cuál Estado (para cual país y cuál desarrollo).
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